Sexo y erotismo
De amores y otras yerbas

El General José de San Martín: aspectos de su vida privada que la "historia oficial" también ocultó

El General José de San Martín y su turbulento romance con Remedios de Escalada.

Por Alberto Lettieri, especial para NOVA

La denominada “historia oficial”, cuyos parámetros y contenidos básicos fueron impuestos por Bartolomé Mitre, se encargó de ocultar, distorsionar y crear una serie de falacias sobre la historia nacional y sus protagonistas, a los fines de instalar un paradigma político-cultural que permitiera legitimar un proyecto de país agrario, atrasado y con un altísimo nivel de concentración de riquezas y exclusión social. Sus contenidos debían naturalizar la desigualdad y justificar la pretensión de las clases propietarias del Litoral de ser los responsables, y los principales beneficiarios, de una Nación Argentina, sobre la base de reiteradas falacias y deformaciones del pasado histórico.

Un actor determinante de nuestra vida nacional, al que Mitre no pudo ignorar, pero sí distorsionó al máximo por su explícita oposición al modelo colonial-dependiente que impulsaba la oligarquía porteña, fue José de San Martín, al cual insistió en convertir en el “tonto de la espada”, eliminando su condición de estadista, su apasionamiento por la literatura y su excelente formación en áreas del conocimiento como la historia, la filosofía o la economía.

Adicionalmente Mitre se encargó de presentar una vida privada que lo anulaba como ser humano. No todo en San Martín fue ejemplar. Esas aparentes contradicciones, en lugar de afectarlo, subrayan la magnitud de sus méritos.

A contrapelo de lo afirmado por el padre de la “historia oficial”, la juventud de San Martín en España no fue ascética. Muy por el contrario, nuestro héroe nacional era muy propenso a frecuentar la compañía de mujeres de vida “disipada”, según los criterios de su época. Eran antológicas sus travesías nocturnas con sus compañeros de armas, su afición por los burdeles y tabernas, y los romances breves y fogosos. También su popularidad entre las meretrices, quienes lo consideraban “encantador”.

Su retorno al Río de la Plata significó la clausura de estas reconfortantes experiencias públicas. San Martín estaba decidido a jugar un papel determinante en la independencia americana, y, como la mujer del César, tenía en claro que no sólo debía ser bueno, sino también parecerlo. Sobre todo en su caso, ya que por su origen plebeyo estaba expuesto constantemente a la marginación y descalificación de una élite aristocrática soberbia en su ignorancia.

Hay un capítulo, sobre todo, en el que la pluma de Mitre dejó de lado el pasado histórico, para construir una ficción absolutamente irreal: su relación con Remedios de Escalada. Apasionada en un principio, tortuosa y conflictiva después del nacimiento de Merceditas.

Al retornar al Río de la Plata, San Martín sumó a sus logros militares reconocidos otras aptitudes que la primera sociedad porteña ignoraba. Ese hombre moreno, alto, de rasgos indianos, era también un diestro bailarín y excelente cantante, de modales galantes y entonación seductora, que inmediatamente atrapó la atención –y los deseos- de las jóvenes y las damas porteñas que participaban de tertulias, salones y ágapes. Simpático y extrovertido, su interacción con señoritas –y señoras- porteñas rápidamente excedió la sociabilidad pública.

La popularidad de San Martín y sus reconocidos méritos militares, le abrieron las puertas de las principales residencias y salones porteños. Así fue que no tardaron en abrírsele las puertas de la mansión de Antonio de Escalada, seguramente el, o uno de los hombres más ricos de Buenos Aires. En sus elegantes salones se reunían los personajes más influyentes de la política y los negocios rioplatenses, y dignatarios y empresarios extranjeros. En la tertulia del 25 de mayo de 1812, en la que se celebró el segundo aniversario de la Revolución de Mayo, San Martín conoció a la joya más preciada de la casa: María de los Remedios de Escalada, que contaba por entonces con 14 años. El futuro Libertador ya había cumplido 34 años.

Tal como recordaría nuestro General más adelante, no hubo intercambio de palabras, pero sí de miradas. “Esa mujer me ha mirado para toda la vida”, le confió mucho después al General Mariano Necochea. También, aunque lo ignorara por entonces, sobrevendrían los infiernos.

San Martín y Remedios se reencontraron a partir de entonces reiteradamente en las tertulias organizadas por Mariquita Sánchez. El flechazo inicial había sido muy poderoso, y la pasión se encendió a punto tal que resultó imposible ocultar el romance. Para preservar las formas que exigía la etiqueta porteña, nuestro prócer solicitó inmediatamente la mano de la joya de los Escaladas. El padre estuvo de acuerdo instantáneamente. La madre, Tomasa de la Quintana, no quería saber nada con ese “plebeyo”, moreno y aindiado. Luego de encendidas discusiones conyugales, finalmente tuvo lugar el casamiento el 12 de septiembre de 1812 en la Catedral de Buenos Aires. Por entonces, Remeditos ya había cumplido los 15.

Entre fines de 1814 y 1817, la pareja convivió en una casa situada en la Alameda, Mendoza. El 24 de agosto de 1816 nació Merceditas. Ahí todo comenzó a desplomarse. El General debía ausentarse constantemente por sus responsabilidades y, lógicamente, debía descargar sus tensiones en otros lechos. Remedios, por su parte, no se comportó de acuerdo al patrón de abnegación y fidelidad que nos presenta Bartolomé Mitre. Su atracción por los jóvenes oficiales a las órdenes de su marido no tardó en despertar.

Los comportamientos de ambos dieron lugar a encendidas disputas y discusiones de alto voltaje, plagadas de reproches y de acusaciones cruzadas. Hasta que, finalmente, la pareja se separó en el mes de enero de 1817, cuando Remedios y Merceditas retornaron a Buenos Aires. Adicionalmente Remedios había empeorado de la tuberculosis que padecía y el clima mendocino le resultaba hostil para su enfermedad.

Una carta de San Martín a su amigo Tomás Guido revela los padecimientos que afectaban gravemente el ánimo de nuestro Libertador: “He dicho a usted que mi espíritu había padecido lo que usted no puede calcular: algún día lo pondré al alcance de ciertas cosas, y estoy seguro dirá usted nací para ser un verdadero cornudo; pero mi existencia misma la sacrificaría antes de echar una mancha sobre mi vida pública”.

También trascendieron las violentas discusiones que mantuvo San Martín con dos subordinados, los jóvenes oficiales Murillo y Ramiro, quienes, durante sus ausencias, “visitaban” a su esposa. Tanta era la aflicción de la honorable dama, que, para calmarla, los recibía en simultáneo.

En las memorias del General José María Paz se consigna: “El general San Martín que estaba en Mendoza había dispuesto por razones domésticas que no es del caso explicar, que su señora marchase a Buenos Aires a pesar del mal estado del camino”. Murillo y Ramiro, por decisión del General, fueron rapados y condenados al destierro.

Estos agradables “encuentros” grupales no sólo cautivaban a Remedios. Manuel de Olazábal, por ejemplo, solía relatar que su hermano y el general San Martín compartían una mujer en simultáneo. Y contamos con relatos que nos hablan de una serie de relaciones de nuestro General con mujeres cuyanas, chilenas, peruanas y mexicanas. La extensa lista de señoras y señoritas que compartieron la intimidad de San Martín comienza con dos mujeres españolas que lo acompañaron en sus inicios en el arte de la guerra, Lola y Pepa, y continúa con Juana Rosa Gramajo -amiga de Dolores Helguera- mujer de Manuel Belgrano. Ya en su campaña libertadora, se anotan Fermina González Lobatón, María Rosa Campusano Cornejo, Carmen Mirón y Alayón, la mexicana Josefa "Pepa" Morales de Ruiz Huidobro –residente en Mendoza- y su esclava Jesusa.

La recuperación de la dimensión privada de la vida del General San Martín, lejos de descalificarlo, permite desacralizarlo, humanizarlo, para presentarlo como un ser humano que compartía las debilidades, pasiones y contradicciones de cada uno de nosotros. Su mérito radicó en haber realizado su obra monumental a pesar de ellas.

Muy distante, como puede comprobarse, del hombre de bronce que pretendió construir Bartolomé Mitre. Y por ello, justamente, aún más admirable.

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