
El sábado pasado se realizaron movilizaciones simultáneas en distintos puntos del país, teniendo su epicentro en la Capital Federal, donde los participantes llegaron hasta las puertas de la Casa Rosada. Allí, fueron recibidos por un eufórico Mauricio Macri, que salió al balcón a saludar a los miles de manifestantes que se dieron cita en Plaza de Mayo.
A ciencia cierta se desconocía cuál era verdaderamente la consigna de la marcha, si era en apoyo al Gobierno, para defender la República, para que no vuelva el kirchnerismo, para protestar por los resultados de las PASO, para pedir que Cristina Fernández vaya presa, para intentar demostrar una correlación de fuerzas inexistente en Cambiemos o un cúmulo de todas las anteriores.
Lo cierto es que desde el oficialismo salieron a celebrar públicamente que sus votantes se hayan manifestado en favor de la continuidad por cuatro años más de Macri en el poder, aunque en términos nominales, el 24A no haya sido lo masivo que esperaban. Del otro lado de la grieta hubo ironías, chistes, reproches, quejas y conclusiones banales.
Uno de los principales reclamos fue por la decisión del Gobierno de abrir las rejas de la plaza para que la gente pueda llegar hasta las puertas de la Casa Rosada, siendo que asiduamente esas puertas están cerradas y, para pasar por allí, se debe bordear por las cuadras de los alrededores, haciendo el camino mucho más extenso de lo que debería.
La jornada del sábado fue un intento más para mostrar que Juntos por el Cambio sigue vivo a pesar del “palazo” que recibió en las elecciones de agosto pasado. Otra maniobra marketinera, con el típico canto “sí, se puede”, una marcha convocada por las redes sociales, que contó con el patrocinio de Luis Brandoni y Juan José Campanella, que no refleja lo que pasó en las urnas.
Por momentos pareció una movilización con olor a despedida, con frases cargadas de odio, sin intenciones de cerrar la grieta y, por el contrario, con el afán de profundizarla. Son dos meses los que nos separan de las elecciones generales de octubre, 60 días en los que el oficialismo buscará revertir una historia que parece sentenciada.