
Por la renuncia del ministro de Economía de la Nación, Nicolás Dujovne, el presidente Mauricio Macri tuvo que salir de urgencia a buscar a su reemplazante. Enseguida encontró a su par bonaerense, Hernán Lacunza, que deberá asumir ese rol en tiempos de retirada y en los que parecen ser los últimos meses de Cambiemos en el poder.
A partir de ahora, Lacunza (que no se sabe si su asunción debe ser tomada como un premio o un castigo) deberá hacerse cargo de una economía agotada, un dólar incontrolable y una resolución símil populismo, planeada por el propio Macri, para intentar recuperar algún voto perdido de cara a las elecciones generales del próximo mes de octubre.
Sin embargo, esto es apenas una modificación de nombres. Si bien el ex titular de la cartera de Economía en la provincia de Buenos Aires no es del mismo riñón que Dujovne, de acá a diciembre las recetas serán las mismas que se vienen implementando hasta ahora. Paradójicamente, en Cambiemos, nada cambiará y, por consiguiente, será todo igual (o peor).
El control de la divisa estadounidense y de la inflación, no dependerá tan solo de su astucia, sino también de las decisiones que el presidente pretenda de acá al fin de su mandato y de lo que, eventualmente, pueda acordar con quien finalmente sea su reemplazante en el Sillón de Rivadavia.
Al fin y al cabo, salvo que Juntos por el Cambio pueda revertir la extensa diferencia de votos con el Frente de Todos en menos de un mes y medio, Lacunza se convertirá en un parche más de la gestión de Macri, que nunca supo encarrilar los problemas financieros del país, ni con Alfonso Prat Gay ni con Dujovne, y quizás tampoco pueda con el nuevo ministro de Economía.
La enorme deuda que dejará el Gobierno será una pesada herencia real para la futura gestión, que deberá encausar el barco que en la actualidad se está hundiendo y el que algunos ya empezaron a dejar sin timón, ni timonel. ¿Será el Capitán el último en abandonar?