Entre periodistas
Triste noticia

"Hasta pronto amigo", un conmovedor homenaje al periodista Alfredo Oleaga

Alfredo Oleaga, un periodista que encarnó el periodismo federal.

Por Diana Lopez Gijsberts

Hoy se fue un amigo, un hermano. Y este es el homenaje que escribí para Télam sobre él. Nada te prepara para esto. Escribir con el corazón partido. Hasta siempre, hermano.

Murió Alfredo Oleaga, un periodista que encarnó el periodismo federal y la amistad duradera.

Alfredo Oleaga, de 61 años, murió hoy en La Plata, ciudad de adopción en la que estudió y ejerció el periodismo teniendo como bandera propia, desde la corresponsalía de la agencia Télam en La Plata, el federalismo informativo y el cultivo de amistades duraderas que hoy lloran su pérdida y empiezan a transitar su ausencia con orfandad.

"Los porteños no saben ni dónde queda Junín, Azul ni General Villegas, piensan que pasando la General Paz no hay nada, ni les interesa", renegaba a diario con su vozarrón producto de décadas de fumar sin piedad; y de inmediato se sentaba ante su máquina y escribía para "desasnar" a los porteños.

Fredy, como lo llamaban todos, era un periodista de pura cepa, un viejo cronista de los que ya no hay, que amaba las buenas historias, en especial aquellas historias mínimas que encerraban un mundo invisibilizado por los grandes medios.

Fue así que con él, y por primera vez en la historia de la Agencia Télam, las inundaciones que afectaban -y afectan de manera recurrente al noroeste bonaerense- tuvieron rostro humano y dejaron de ser un mero registro estadístico.
En sus cables hablaba el hombre o la mujer común espantados por el agua, se quejaba el tambero o la maestra rural contaba su lucha para que los niños de los campos inundados siguieran estudiando.

Sus relatos movilizaban, detrás de ellos aparecían los movileros de la TV para ponerle imagen a sus relatos, y con estos logros también solía aparecer la ayuda que tanto reclamaban esos pueblos.

Era un convencido de que los medios, y más la agencia de noticias del Estado, debía dar voz a quienes no tienen voz, y que es tarea de una corresponsalía reflejar sus realidades e idiosincrasia. Federalismo informativo, que le dicen.
Alfredo mismo fue un hijo de la inundación. Había pasado varias, ya que había nacido en General Villegas, en ese mismo noroeste olvidado por la mano gubernamental.

Su "Tres Arbolitos", como gustaba llamar a su pueblo, era en rechazo al nombre de ese coronel genocida de los pueblos originarios de esa región. Amaba su tierra, y cada vez que la visitaba le costaba volver, porque allí, volvía a ser el Fredy niño y adolescente rodeado de amigos y de esos personajes que tan bien supo retratar su coterráneo Manuel Puig.

Y como el escritor, conocía también que a veces los pueblos chicos son infiernos grandes de mentes cerradas y oligarcas. Pero era su General Villegas, y los que lo conocieron aprendieron a amar ese pueblo como si hubiéramos vivido allí, de tanto oír sus sorianescos relatos.

Maestro de periodistas, formó profesionalmente a todo el actual plantel periodístico de la corresponsalía de La Plata. "No sirvo para enseñar, vos mirá cómo lo armo al cable y aprendé", decía casi con timidez. Y si había que corregir un error en el material, lo hacía con paciencia y entre mate y mate.

Fue el mejor jefe que un periodista puede tener, enseñaba con el ejemplo, viéndolo y leyéndolo, y con el hecho de ser un buen periodista y mejor persona. Era calentón, como buen vasco, una injusticia y enseguida enfurecía. Buen batallador para que se valore y jerarquice el trabajo desde una corresponsalía. Supo luchar contra posibles cierres y ajustes. Y ganó, pero en cada batalla iba perdiendo fuerzas.

Hoy se levantó como siempre, temprano para leer los diarios y los análisis del día después electoral, y tal vez no le dio importancia a ese pinchazo y el agite de su corazón. No era la primera vez. Ya iba a pasar. No era necesario despertar a su esposa Mónica. Se sentaría en su sillón y esperaría que pase. "Se durmió", diría después su mujer, y así lo queremos creer quienes lo conocimos y lo amamos.

La muerte llegó aviesa y traicionera, pero no quiso, o no se atrevió, a infligir más dolor a alguien que en su vida fue puro corazón y amistad. Se acercó sigilosa pero terminante y simplemente detuvo el latido de su corazón. Hasta siempre amigo, hermano. Seguirás estando en cada cable sobre tu amado interior bonaerense. Hasta que volvamos a vernos.

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