La necrofilia, una patología macabra: la perversión de Carl Tanzler


Por Alberto Lettieri, especial para NOVA
La necrofilia o necrosexualidad puede definirse como un patrón de comportamiento sexual que se caracteriza por un alto nivel de excitación a través de la contemplación, el contacto, la mutilación o la evocación mental de un cadáver.
Si bien, en algunas sociedades antiguas, la necrofilia se inscribía dentro de los ritos y prácticas religiosas, desde hace siglos es considerada como una patología aberrante, entre otras cosas porque la persona muerta no está en condiciones de otorgar su consentimiento al ejercicio de este tipo de prácticas.
Un caso famoso es el de Carl Tanzler, un radiólogo de nacionalidad alemana que migró con su familia y sus dos hijas a los Estados Unidos en la década de 1920. El grupo familiar se estableció en la Isla de Key West, cerca de Miami, donde Tanzler alquiló un aparato de rayos-x en el Hospital de la Marina Estadounidense, y adoptó el nombre de Carl von Cosel.
Corría el año 1930 cuando la vida de Tanzler experimentó un vuelco definitivo. Tenía por entonces más de 50 años e inició un romance clandestino con su paciente Maria Elena Milagro de Hoyos. María Elena era cubana, tenía 21 años y sufría de tuberculosis. Su madre la llevó al hospital en busca de atención especializada.
Según su propia confesión, Tanzler había tenido visiones durante su infancia de la mujer de su vida. Se trataba de una muchacha “exótica”. Cuando María Elena apareció ante sus ojos, se convenció de que era ella quien se le aparecía en su niñez.
Tanzler quedó obsesionado con María Elena. Como no contaba con suficiente formación para el tratamiento de la tuberculosis, y por entonces eran mínimas las posibilidades de curación, decidió atenderla él mismo en la casa de sus padres.
Naturalmente no tuvo éxito y María Elena falleció un año después, el 25 de octubre de 1931. Tanzler se ofreció para pagar el funeral y también construyó un mausoleo para la difunta en el Cementerio de la Isla de Key West, con el consentimiento de su familia. Durante un año y medio el radiólogo visitó su tumba cada noche.
Pronto su obsesión se volvió macabra. Tazler relataría más adelante que el espíritu de Maria Elena le cantaba canciones en castellano cuando él se sentaba junto a su tumba, y que le suplicaba que la llevara a su casa. Y así lo hizo en el mes de abril de 1933, cuando exhumó el cadáver y lo trasladó a su propia casa en un carrito de juguete.
Allí se dedicó a preservarlo aplicando técnicas inimaginables. El cuerpo se encontraba en un estado avanzado de putrefacción, por lo que pegó sus huesos con perchas y cables, reemplazó sus ojos por otros de cristal y la carne podrida con tela de seda tratada con cera y yeso blanco. También rellenó sus cavidades abdominales y el pecho con trapos, para tratar de mantener sus formas humanas, y le colocó la peluca que María Elena solía utilizar durante su tratamiento. Para ocultar los olores, aplicaba generosas cantidades de perfume.
De este modo, el radiólogo pasaba días y noches enteros con el cuerpo, bailaba con él y mantenía relaciones sexuales.
Las extrañas conductas de Tanzler, como los olores desagradables que emanaban de su vivienda, comenzaron a llamar la atención en el vecindario, hasta que finalmente llegaron a oídos de la familia de María Elena. Su hermana Florinda consiguió ingresar al domicilio de Tanzler y, para su desagrado, se encontró con el cuadro macabro. Inmediatamente lo denunció y el radiólogo fue detenido.
El caso de Tanzler rápidamente adquirió fama y tuvo amplia repercusión en los medios de la época. El cuerpo deteriorado de María Elena fue enterrado en el cementerio y Tanzler debió cumplir su condena. Al salir, escribió una autobiografía que fue publicada en la colección Fantastic Adventures para que su experiencia no pasara desapercibida.