Sexo y erotismo
Con largas jornadas amatorias

Felipe V, primer monarca Borbón español y adicto al sexo

El primer Borbón que reinó en España se destacó por tres características: su adicción al sexo, su desinterés en la higiene personal y su falta de atención hacia la administración del reino.

Por Alberto Lettieri, especial para NOVA

El primer Borbón que reinó en España se destacó por tres características que sus contemporáneos no pasaron por alto: su adicción al sexo, su desinterés en la higiene personal y su falta de atención hacia la administración del reino.

Para contrarrestar las largas sesiones amatorias que caracterizaban a este monarca, sus amantes recurrían a utilizar unos discretos trozos de seda empapada en ámbar, lavanda y alcohol de romero rebajado o esencias aceitadas para soportar los vahídos que exhalaba el rey, en las largas sesiones que incluían jornadas completas.

Felipe, además, era un decidido practicante del sexo tántrico, y utilizaba numerosas pócimas afrodisíacas para incrementar deseos y rendimientos sexuales. Practicaba el coito a diario con una destreza que llamaba la atención de sus contemporáneos, a punto tal que provocaba la alarma de la Corte por el aspecto demacrado que lucía después de sus maratónicas sesiones sexuales. Y no sólo en España, ya que los embajadores franceses destacaban en sus informes esta circunstancia. La reina rápidamente se rindió ante su imposibilidad de seguirle el ritmo, y prefirió dejar que amantes y concubinas la relevaran de tan agotadora exigencia.

Para no perder el tiempo, Felipe acostumbraba celebrar las reuniones del Consejo de Ministro en su propio lecho, acompañado de bellas damas desprovistas de ropa, que trataban de relajar las tensiones del monarca incluso mientras trataba cuestiones de suma importancia para el Reino.

La fragilidad física y mental del gobernante tenían sobre ascuas a toda la realeza europea. Incluso no eran bien recibidas sus invitaciones a los embajadores extranjeros a consumir sus desagradables pócimas afrodisíacas, sin aceptar negativas ni argumento contrario alguno.

Felipe era nieto del Rey Sol, Luis XIV, y sólo tenía una distracción que lo alejaba de su lecho: la visita a los campos de batalla, donde disfrutaba del horror de transitar entre los cadáveres y recorres los hospitales de campaña.

Se trataba de un ser inestable –algunos afirman que era bipolar-, que pasaba de la euforia a la depresión más aguda. En su tiempo lo apodaron “alma quebrada”. En realidad, Felipe a menudo expresaba su interés en abdicar, ya que el gobierno sólo le generaba responsabilidades que lo sobrepasaban. Hasta que incluso puso fecha para su abdicación, para el día de Todos los Santos de 1723. Sin embargo, la viruela que llevó a la tumba a su heredero en fecha próxima a su retiro le impidió concretarlo.

Su segunda esposa, Isabel Farnesio, fue quien sostuvo, de hecho, la gobernabilidad de España, tolerando sus permanentes infidelidades y apoyándolo en el cumplimiento de sus responsabilidades.

Felipe tenía preocupaciones muy diferentes a las que debe asumir un gobernante. Era fanático de la escatología, y tenía un enorme temor por la vida eterna, por lo que meditaba constantemente y trataba de ganarse un boleto al paraíso mediante donaciones y obras benéficas, aunque sus comportamientos sexuales parecían alejarlo constantemente.

Este monarca sufría de fotofobia –una fobia a la luz-, por lo que vivía de noche, y modificó los horarios de funcionamiento de la corte y de la administración real. No era la única afección. En 1717 le invadió la idea de que la ropa blanca (toallas, sabanas, indumentaria, etc.) concentraba energías malvadas que lo estaban envenenando, por lo que ordenó renovar íntegramente el vestuario de palacio.

Finalmente se volvió un coleccionista de relojes, y la obsesión fue tal que terminó encerrado en una habitación plagada de los modelos más avanzados de su época.

A su falta de aseo personal y las fobias ya señaladas, Felipe era afectado por reiterados episodios destructivos, que incluían la humanidad de la propia reina, y de objetos y personas próximos. También manifestaba un explícito odio hacia los médicos, a los que acusaba de haber sido sobornados por otras potencias para eliminarlo.

Con el paso del tiempo, el peso del gobierno terminó delegado en la reina, que acompañada por algunos funcionarios eficientes, consiguió mantener a flote la nave del Estado español.

Felipe V fue un sujeto muy particular, incapaz de ejercer las responsabilidades que tenía a su cargo. Un argumento más en contra de las monarquías hereditarias, que a menudo nos ofrecen esta clase de especímenes.

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