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Por Alberto Lettieri, especial para NOVA
A menudo imaginamos a los personajes históricos por fuera de sus peculiaridades sexuales. La historia tradicional, en general, ha prescindido de toda referencia a la vida íntima de estos actores, prefiriendo centrarse exclusivamente en su acción pública.
Sin embargo, todo cambia, y en ese cambio, los debates y climas de ideas actuales nos exigen ocuparnos de esas curiosidades que, lejos de empequeñecerlos, nos los muestran tal como eran. Con sus contradicciones, sus magias y sus demonios.
Tal es el caso, por ejemplo, de Wolfgang Amadeus Mozart, que a su prolífica carrera como compositor e intérprete, sumó también una apasionada correspondencia erótica con su enamorada primita, en la que manifestaba, sin cortapisas, sus pronunciadas preferencias “coprolálicas” –tendencia a decir obscenidades- y su marcada inclinación escatológica.
Otro personaje muy afecto a esta práctica de comunicarse a través de palabras groseras fue James Joyce, un apasionado del ano femenino y sus emanaciones. Sus contemporáneos Verlaine y Rimbaud se solazaban con esta afición, a punto tal que le dedicaron una breve pieza, titulada “Soneto al agujero del culo”.
La relación entre escatología, obscenidad y escritura ha sido una atracción común de varios personajes históricos. Por ejemplo Carlos, Príncipe de Gales, le dedicaba a su entonces amante Camila Parker Bowles encendidas cartas, en las que le confesaba sus expectativas, del tipo, “quisiera ser tu tampón”, y similares.
Pero las peculiaridades de algunos personajes históricos se arrastran hasta la Antigüedad. Por ejemplo, el célebre filósofo Aristóteles era aficionado al denominado “poney boy”, una práctica incluida dentro del universo general del BDSM (acrónimo para “Bondage-Disciplina-Dominación-Sumisión-Sado-Masoquismo”) y que, en los tiempos clásicos, se denominaba “equus eroticus”. Esta práctica consistía en dejarse cabalgar por su compañera ocasional, mientras que ésta le aplicaba “cachetitos” y fustazos.
La celebradísima actriz Sarah Bernard, por ejemplo, se erotizaba practicando sexo dentro de ataúdes y objetos asociados con la muerte. John Ruskin, reconocido sociólogo, crítico de arte y escritor de principios del XIX, se negaba a cohabitar con mujeres, ya que sentía fobia al vello público femenino. Otros personajes escasamente interesados en la sexualidad fueron Arthur Schopenhauer ó Chopin, a quien su amante, George Sand, le reprochaba que prefería tocar el piano antes que a ella.
Peculiaridades que dan cuenta de la amplia diversidad y preferencias de los seres humanos. A menudo tan ricos y tan contradictorios, pero, decididamente, irrepetibles.